El curioso caso de la edición número 23 del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), en la que dos perfectos conocidos del cine nacional —e internacional— contemporáneo, Mayra Hermosillo y Daniel Giménez Cacho, actores capaces y calados, debutarán como directores con su ópera prima —entendida como primer largometraje, aunque tal definición se puede poner en duda—.
Si bien ambos habían tomado la batuta de dirección en cortometrajes, no es sino hasta este año que se avientan a esta clásica experiencia de lo abyecto. Experiencia clásica porque ciertamente la tradición existe —la de actores que se ponen a dirigir— y clásico abyecto porque —según la literatura psicoanalítica— se trata de aquello que resulta familiar e íntimamente relacionado al sujeto, pero con ese elemento que descoloca, que quiebra esa naturalidad en la que de cotidiano se desenvuelven. Hablar de un set para el actor es ubicarlo en un elemento de control y sumisión a la vez, por el modo en que culturalmente se ha construido el funcionamiento de los sets: uno como actor/actriz da la cara y los roles de todos se desempeñan en función de quien aporta sus gestos, su voz, el mapa sentimental que los espectadores leen y que los guían o extravían dentro de ese mundo de cuatro esquinas.
La caracterización medio tenebrosa a la que me he referido se basa concretamente en Vainilla (2025), la cinta que en la Selección Oficial del FICM presenta Mayra Hermosillo, y que resulta particularmente interesante dadas sus características, pero también por su horizonte de producción. Hermosillo ha admitido en varias entrevistas que lo que últimamente la animó a escribir y dirigir fue la sequía de papeles. Cantidad: poca. Interés: poco. Encasillamiento: palabras paradójicas, el encasillamiento puede asegurar trabajo, pero también limita groseramente las carreras. Además, hay que añadir que se trata de un trabajo personalísimo, cosa que se intuye desde la primera secuencia y se confirma en un guiño cariñoso durante los créditos, dos momentos que conectan lo diegético y extradiegético —el mundo del cine y de los que lo hacen— de manera muy tierna y hasta jocosa.

Vainilla —que toma el título de lo escaso que les resultaban los postres a esta familia— se estrenó en el último Festival Internacional de Cine de Venecia, y Morelia será el segundo sitio de exhibición de esta interesante autoficción. La autoficción —distinta de la autobiografía en tanto que la segunda no hace referencia a la verdad y la primera sí— se ha colocado de a poco como un recurso importante para el cine contemporáneo. La autoficción cinematográfica da prioridad a la reconstrucción no solo de vidas particulares, sino de todo un entorno de circunstancias que invitan al exorcismo: de las obsesiones, de los intereses, de lo que se extraña. La autoficción focaliza la historia universal en un relato ficticio donde la vida se reconstruye exhibiendo épocas y permite “controlar” los hechos. La prioridad no yace en la correspondencia con lo real, sino en el modo en que estas producciones la tuercen.
De forma curiosa, México —si vamos a las necedades de darle “nacionalidad” a las ideas y los fenómenos— dio una suerte de ejemplo durante la última década para las autoficciones contemporáneas más celebradas, con la reconocida Roma (2018), dirigida por Alfonso Cuarón. La cinta insistía en el recurso de la memoria y el relato guardaba una distancia sutil y suficiente con su principal responsable, Alfonso Cuarón.
Ejemplos alrededor del tiempo hay para aventar para arriba: Fellini, especialmente con Amarcord (1973); Tarkovsky con El espejo (1975); Saura con Cría cuervos (1976); Bergman con Fanny y Alexander (1982), etc. Pero lo que interesa en el caso de Mayra es el vínculo que comparte con Marjane Satrapi, quien, junto con Vincent Paronnaud, realizó la cinta animada Persépolis (2008), y con la gran Márta Mészáros, autora de su serie de “Diarios” compuesta por películas de 1984, 1987 y 1990.
Se trata de la condición de ser mujeres en contextos adversos: la revolución iraní en Satrapi, y la Hungría comunista en Mészáros. Aunque Mayra carece de ese “gran evento” en el marco de la caída y transformación de regímenes contemporáneos, su tema mantiene un eje de conflicto: infancia marcada por la presencia femenina en la familia o la desventura del desarrollo vital en un marco de violencia machista institucionalizada.
En la medida en que se crece, es inevitable sortear y ser herido por la amplia variedad de aspectos que forman el status quo, lo normativo y sistemático. Vainilla es la historia de Roberta, una pequeña niña que cae en cuenta de una ausencia: la del padre; y de una situación poco favorable: la pobreza. Su familia inmediata está conformada por mujeres: madre, tías, una prima, abuela y una trabajadora del hogar —más amiga que otra cosa, aunque ignorar la relación vertical que de todos modos mantienen sería incurrir en una falta grave—. Viven al día y están al borde de perder su casa. Lo anterior no significa que en la vida de Roberta no haya hombres: está el tendero bonachón, que le coquetea a la abuela pero al mismo tiempo siente un afecto genuino por la niña, y el novio de su madre, quien aunque se incomoda con el fuerte apego de ella hacia su familia, también demuestra cariño por todas.
Al interior del colegio de Roberta, se guarda rencor por esa casa de puras mujeres y las pequeñas viven un ostracismo generado por rumores y chismes. Hermosillo, con dos cortos bajo el brazo —Lucía (2018) y Me quedo aquí (2022)— explora con mano firme este formato desconocido para ella y se permite excentricidades como alternar secuencias oníricas con el resto de la línea más realista. La perspectiva es clara: mantiene la visión de la infante y se emparenta de nuevo con algunas experiencias cinematográficas que hemos visto en el cine reciente: desde The Florida Project (2017), pasando por Cómprame un revólver (2018) y hasta Tótem (2023), que igual tiene rasgos íntimos pero menos claros de su directora.

La formación identitaria de la niña se nos comparte desde lo intergeneracional, y pretende una horizontalidad casi de ensueño. Hay un balance en el interior de la casa, donde cada persona brilla por momentos, y la personalización del filme resalta lo femenino como una excepción en su época. La familia, de algún modo, es obligada a vivir en la orilla de lo permitido; se delinque por necesidad y, en general, todo es muy dicharachero y medio vulgarsón. Su condición en apuros transmite angustia por la posibilidad de la pérdida que las niñas y niños en algún tipo de situación vulnerable conocen bien. En este caso, tanto el espacio físico que conforma la casa como las personas que habitan el hogar.
Hay pocas claves de los motivos que generaron las circunstancias de la vida en esa casa, pero poco importan. El meollo está en la poca información que normalmente se les da a los niños que viven ausencias y el arraigo por ese estado que se ama, tal vez un poco a costa de la ignorancia que nos cargan al crecer. Una de las secuencias más significativas se da al comienzo, cuando Roberta toma fotos de momentos incómodos —las mujeres dormidas y descansando o una persona bañándose— pero que representan ese cariño inagotable por la vivencia que marca recuerdos.
Claro que esta es una película mexicana como las conocemos: de bajo presupuesto y mucho esfuerzo. Mayra ha contado en entrevistas lo difícil que fue levantar la cinta, enfrentando no pocos rechazos de financiamiento gubernamental. Esto tal vez condicionó la presencia de este microcosmos hogareño, pero, en realidad, hay una serie de decisiones conscientes que vale la pena notar. Por un lado, la técnica de la tensión se distribuye en secuencias de conflicto a diestra y siniestra, lo que entorpece por momentos la narrativa y trastabilla la línea dramática principal. Lo que vemos en pantalla es una tierna oda a la toma de conciencia, con situaciones aparentemente inconexas pero significativas: de la vida de ella, de la mía, de la tuya y de la de muchas, que conservan afectos que resisten los malos tratos por vivir de manera diferente. Estas mujeres se apoyan, padecen y no se separan, porque mantener nuestras pequeñas comunidades interpersonales, más que necesario, es un gusto.

Aun con toda la experiencia de Mayra en set, no se le puede exigir una gran ópera prima, porque a esta —o a cualquier película— no se le exige: se le ve y se le acompaña. También se trata de un fenómeno grato al que, poco a poco, se suman más actrices en una línea temporal y espacial extensa, donde muchas de ellas se convierten en directoras. Desde Kinuyo Tanaka hasta Greta Gerwig, el cine se nutre de distintas miradas, algunas de ellas con propuestas novedosas y críticas.
En el cruce entre autoficción y actrices que se convierten en directoras se establece una línea de continuidad con un tema histórico del cine mexicano: las películas sobre familias. Mientras la tendencia reciente enfatiza la expresión de la inconformidad con el parentesco no elegido —como en la rimbombante épica del asco filial ¡Que Viva México! (2023), dirigida por Luis Estrada, o en la nueva versión de Pedro Páramo (2024), donde vuelve la ausencia del padre—, lo que Vainilla muestra es un abrazo a su “casa”. La cinta no abandona a la niña y expone la impresión que los lazos familiares positivos generan. Tal vez sí, pasadita de azúcar, pero el dulce de vainilla nunca empalaga. La niña —y casi cualquiera— está sola en pocas secuencias; incluso en momentos verdaderamente aterradores, las mujeres se funden con su compañía. Los encuadres evitan el abandono y, la mayoría de las veces, vinculan y acompañan, incluso al final, donde la imagen de la derrota se contrapone al ánimo de disfrutar algo dulce. De lo malo, lo bueno, dicen por ahí.
Quiero celebrar que una actriz de la talla de Mayra pueda realizar su primera película como escritora y directora, pero lo que más hace falta en este país es continuidad. Con ese ánimo hay que ver las primeras obras, vengan de donde vengan. Esperar, como espectador, es una virtud: implica entusiasmo por lo que ha de venir y por la sorpresa que puedan ofrecer después. Hay que mantenerse atentos a Mayra y a más cineastas como ella. La fuente no se agota; renueva sus aguas. Aquí no vemos una familia de tantas, sino una familia de pocas, a la que no habíamos tenido el gusto de conocer.
Vainilla (México, 2025)
Dirección: Mayra Hermosillo
Reparto: Aurora Dávila, María Castellá, Natalia Plascencia, Paloma Petra
Guion: Mayra Hermosillo
Fotografía: Jessica Villamil
Duración: 98 minutos.
Rafael Méndez García
Carrera y facultad: Lic. en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Una semblanza breve: Entusiasta de lo que pasa, pasó y pasará en el cine; de la escritura; y de comer rico con la gente que quiero.

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