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Las películas del cine silente en México son fragmentos de un país perdido, enlatados en rollos de película, que en algún momento sirvieron como pegamento para cerrar sobres de correspondencia. Este cine se desintegró con el paso del tiempo, pero es cierto que en él se pueden encontrar restos de lo que alguna vez fueron los lugares y las formas de socialización de un imaginario mexicano que estaba en plena construcción. La restauración, entonces, parte del interés principal de reconstruir el espacio donde alguna vez existió una historia. Pero en este laberinto de memorias, las preguntas prevalecen sobre las respuestas, volviéndose primordial no solo acceder a los hechos o al discurso, sino también explorar las distintas dimensiones que configuran el sentido del filme.

La historia de El tren fantasma comenzó con su estreno en 1926, pero la travesía que enfrentó trasciende la puesta en escena. Deambuló entre acontecimientos fortuitos que convirtieron al filme en una verdadera hazaña de conservación, como cuando el joven historiador Aurelio de los Reyes lo salvó de su destrucción y, gracias a ello, pudo ser resguardado por la Filmoteca de la UNAM para su futura restauración. Ante esto, cabe preguntarse: ¿cómo acercarnos a una historia que tiene ya más de noventa años?

Más que remitirnos a la anécdota, su restauración despierta interrogantes sobre las propias imágenes que observamos; no solo por devolvernos a un México que dejó de existir, sino por los escasos indicios que sobreviven en fotogramas dañados por la humedad, las manchas negras y las roturas, los cuales, durante años, fueron la única forma de acercarse al filme. Y ante la necesidad de resarcir las cicatrices impresas en el celuloide, surge la tarea de salvaguardar la memoria fílmica y revalorar su legado, tanto como expresión artística como testimonio histórico de una época que el tiempo parecía haber sepultado —pues la mayoría del cine silente en México se encuentra desaparecido—.

Partiendo de esta idea, El tren fantasma (1926) inicia con la llegada del ingeniero Adolfo Mariel (Carlos Villatoro) a Orizaba, Veracruz, comisionado para investigar una serie de asaltos a trenes en la región. Desde las primeras escenas, la película nos introduce en los interiores de un elegante tren de pasajeros, enmarcados por un paisaje natural que, debido al deterioro del filme, aparece con un horizonte borroso. Al arribar a su destino, Adolfo conoce a Don Tomás del Bosque (Tomás del Bosque), despachador de trenes, y a su hija Elena (Clarita Ibáñez), de quien se enamora instantáneamente. Sin embargo, Adolfo no es el único pretendiente: Paco Mendoza (Manolo de los Ríos), un joven torero que aparenta ser respetable, también busca conquistarla. Lo que nadie sospecha es que Paco lleva una doble vida como “El Rubí”, el líder de la banda de asaltantes que Adolfo ha venido a investigar. Así, al revelarse tempranamente al público la identidad del antagonista, la película se aleja del misterio para centrarse en el romance, y la acción se convierte en el recurso para desarrollarlo.

Créditos: Archivo Filmoteca UNAM

Durante su juventud, el director se volvió un fanático de las películas gracias a su labor como proyeccionista en varios cines del barrio de Tacubaya, en la Ciudad de México, siendo este trabajo su verdadera escuela de cine. Desde el inicio del filme se percibe la evocación del western hollywoodense de esos años, a través de la glorificación clásica de los personajes como Adolfo, el héroe romántico, y la redención por amor del bandido encarnado por Paco. Asimismo, en el tipo de narración que privilegiaba la acción, pues García Moreno crea imágenes de tensión a través del montaje; por ejemplo, en una secuencia donde el líder de la banda de asaltantes debe saltar del tren junto a Elena del Bosque. Las imágenes de nuestros protagonistas se intercalan con las del tren en movimiento y las vías, advirtiendo el peligro inminente y la intriga sobre el destino de ambos. El director ya jugaba con esos elementos del suspenso que, en años posteriores, iría perfeccionando.

Al ser un filme que recurre a las convenciones propias de los géneros de romance y acción, podemos intuir ciertas convicciones morales que iban más allá de las pantallas y que, incluso hoy, siguen presentes en el imaginario social. Las dos únicas mujeres de la cinta encarnan estas creencias a través de sus acciones dentro de la trama. Elena del Bosque es la mujer de casa: una figura pura, ingenua y llena de bondad que, por todo ello, merece recibir el amor de los hombres. En cambio, su contraparte, Carmelita (Angelita Ibáñez), amante de Paco Mendoza, es una mujer que bebe alcohol, fuma y se junta con hombres; su vida es la calle. Ella no cumple otro papel en la cinta más que ser la otra mujer. Por lo tanto, su trágica muerte se vuelve un símbolo de castigo y el único camino hacia su redención.

La influencia del cine extranjero en la vida del director hace de El tren fantasma un filme de hibridaciones. Sin embargo, su particularidad radica en la mezcla de estas historias y ritmos con elementos propios del territorio mexicano. La ficción y el documental dejan de ser contrarios para integrarse en la narrativa de García Moreno, quien en 1926 filmó la Plaza de Toros de Orizaba, Veracruz, con la multitud extasiada ante la corrida que llevaría a cabo Juan Silveti. Poco después, incluiría esta escena en la película con la intención de situar al espectador. A través de este recurso, el director encuentra en el material de archivo un elemento más para incorporar al territorio como parte activa de su historia, pero también —y tal vez sin saberlo— nos invita a ser parte de ese momento que probablemente se habría perdido de no haber sido incluido en la cinta.

A todo esto, las entrañas del cine no se limitan a los negativos. El pianista y director José María Serralde musicalizó la película basándose en lo que implicaba hacerlo en aquella época: no se trataba solo de acompañar la imagen, sino de interpretar las piezas en vivo durante los cambios de rollo o al final de la proyección. Con el paso de los años, El tren fantasma evolucionó hasta alcanzar su versión definitiva con la restauración digital de 2015, lo que no solo acercó la película a nuevos públicos, sino que también abrió un nuevo capítulo en la preservación del cine en México, al aprovechar las posibilidades de la era digital y sentar un precedente importante.

Créditos: Archivo Filmoteca UNAM

El renacer de El tren fantasma representa un esfuerzo por rescatar la memoria del cine mexicano silente, que con el tiempo había quedado relegado al olvido, cubierto por el polvo y la humedad. En este proceso, la película trasciende su función tradicional de mostrar imágenes para convertirse en un medio de reconstrucción histórica, ya que, en un momento de la cinta, invita al espectador a completar por su cuenta las piezas faltantes de una secuencia perdida. Gracias a la investigación de la historiadora Esperanza Vázquez sobre el director Gabriel García Moreno, se descubrió en el Archivo General de la Nación la sinopsis argumental de la película, registrada en 1927. Este hallazgo permitió establecer un nuevo orden aproximado de las escenas y la creación de intertítulos, ya que los originales se habían perdido.

Al final, la propia película nos conecta con un pasado al que solemos recurrir desde nuestro presente, pero que, al contemplarlo, puede revelarse más bien como una “epifanía” que, según el escritor italiano Paolo Cherchi Usai, genera sensaciones a partir de la imagen en movimiento, con sus texturas fílmicas y su particular manera de evocar la degradación provocada por el paso del tiempo, junto con las historias y estilos narrativos únicos que sentaron las bases del negocio artístico que es hoy el cine.

Referencias:

De la Rosa Anaya, C., & Poiré, S. (2018). Una evocación de El automóvil gris: La restauración digital del clásico del cine silente mexicano. 18, 21-32.

Dirección General de Actividades Cinematográficas (Ed.). (2020). El tren fantasma Cuadernos de restauración de la Filmoteca vol. 2 (1a edición). Universidad Nacional Autónoma de México.

Ficha técnica:

El tren fantasma

(México, 1926)

Dirección: Gabriel García Moreno

Reparto: Carlos Villatoro, Clarita Ibañez, Manuel de los Ríos, Tomás del Bosque, Rafael Ariza

Guión: Gabriel García Moreno

Fotografía: Manuel Carrillo

Duración: 71 minutos

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Sección: Memoria viva

Vivian Mayte Duarte González

 

Carrera y facultad: Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Una semblanza breve: Vivian se ha desempeñado como fotógrafa exponiendo en diversas galerías de la Ciudad de México. A través de la escritura ha encontrado su pasión por el cine obteniendo el premio del primer lugar en el concurso Fósforo 2024. Además, participó como invitada en el programa Tiempos de Filmoteca de TVUNAM.

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